
Su imagen se había petrificado en el recuerdo cuando ese tren, que se alejaba de la estación, lo apartaba de mis brazos, aquella mañana de agosto.
Ahora nos encontrábamos de nuevo. Recordé con desgana cómo nuestro amor puro se había quebrado con su partida. Una sensación de dejá vú recorrió mi cuerpo. Era la misma estación en a que nos encontrábamos ahora, el mismo frío invernal y la misma sensación de remordimiento.
Caminó cabizbajo hacia mi y, luego, alzó la mirada. Seguia teniendo esos ojos color cafe cautivadores que tanto extrañaba. Mi mente se quedó en blanco cuando él solo exclamó: -Lo siento.